sábado, 11 de mayo de 2019

Reflexiones


Y es el hecho de estar ahí, sin hacer nada, solo, dándole vueltas a la cabeza sobre si seguiré así el resto de mis días o si alguno suelto haré cualquier cosa, la que sea. No soy muy optimista al respecto.
Con el tiempo he aprendido que las cosas buenas se vuelven malas, que lo bello se torna oscuro y horrendo y que con la amistad pasa lo mismo. Con el amor, mira tú por donde, no he tenido experiencia pero, por analogía, no espero nada estable en él. Todo lo que merece la pena es efímero, no en el sentido de que desaparezca, si no el de que muta hacia una forma tan desconocida para nuestros ojos (o mente), que la rechazamos, la repudiamos; esto no es lo que era.
Y no pasa nada, los años me han hecho ver que todo es cíclico: todo pasa una y otra vez empezando y terminando, si no es mediante caminos idénticos, similares al menos. Pues nada, vuelta a empezar y a aprender que todo pasa y vuelve a pasar, solo que a cada vez eres más fuerte y llegará un momento en el que la peor de las desgracias te la tomes con una sonrisa, y digas; tranquilo, lo superarás. Hasta la siguiente vez que ocurra, que lo superarás de nuevo y más sencillamente.
Y así es la vida, una y otra vez.

lunes, 6 de mayo de 2019

The shopping.


The shopping.
Hundreds of faces with eyes penetrating mine makes my limbs tremble, my body in general, hundreds of voices whipping my mind and I’m unable to distinguish anything rather than the general impression that I’m not welcome. My sight begins to cloud, my legs threaten my body to stop responding, my mind becomes dimmer and everything else fades. I don’t want to be here, but I can`t think of any place to run and feel good, better at least.
I stop leaning on the bar of an ice cream store, the situation is attracting even more attention and I think that I’m not going to resist it so, staggering, I move my feet towards the shopping market.
Here it is today’s drama: I have to buy milk and I’m unable. I’m ashamed.
Once in the box, without knowing how I’m still at my own feet, I place the milk in the sliding tape and I face again another face.
Believe me when I say that I feel a deep shame when the employee asks me if I’m feeling ok, and I reply him that yes, that it may be a drop in my blood pressure, to which he replies with an indifference that reaffirms me in my position that the world is corrupted, because mankind inhabits it, and mankind is rotten.
I arrive home, put the milk in the fridge, I get into bed and I begin to cry because I’m incapable of doing such a normal task without making a riot.
And with the oppressive sensation that I do not fit in this world.

La compra.


La compra.
Cientos de caras con ojos penetrando los míos hacen que mis extremidades tiemblen, mi cuerpo en general, cientos de voces azotan mi mente y soy incapaz de diferenciar nada salvo la impresión general de que no soy bienvenido. Mi vista comienza a nublarse, mis piernas amenazan a mi cuerpo con dejar de responder, mi mente se oscurece y todo a mi alrededor se desvanece. No quiero estar aquí pero no se me ocurre lugar alguno al que huir en el que sentirme bien, mejor, al menos.
Dejo de apoyarme en la barra de un puesto de helados, la situación está atrayendo aún más atención y creo que no voy a poder soportarlo así que, tambaleándome, me dirijo al supermercado.
He aquí el drama del día: tengo que ir a comprar leche y soy incapaz. Me doy vergüenza.
Una vez en la caja, sin saber cómo puedo mantenerme en pie todavía, coloco la leche en la cinta corredera y me enfrento de nuevo a otra cara.
De verdad que siento una profunda vergüenza cuando me pregunta el cajero que si me encuentro bien, y le respondo que sí, que probablemente me esté dando un bajón de tensión, a lo que me responde con una indiferencia que me reafirma en mi posición de que el mundo está corrompido, porque lo habita la humanidad, y la humanidad está podrida.
Llego a casa, guardo la leche en la nevera, me meto en mi cama y rompo a llorar por ser incapaz de hacer una tarea tan normal sin armar un escándalo.
Y con la agobiante sensación de que no encajo en este mundo.

Cartografía.


Cartografía.
Tras dos horas esperando a que suene la alarma ese momento no llega, así que me levanto de la cama con la ilusión de al menos salir de ella, efímera, fugaz en cuanto tengo el café en mano y me lo acabo, y no preveo nada de distinto en el día al que me enfrento: lo mismo de siempre.
Mi cuerpo tiembla de frio y se estremece aún más al tocar el volante con mis manos desnudas. Incapaz de decidir qué está más frio, si el cuero o mis manos (¿Mi alma podría participar en esta elección?), arranco, sigo la misma ruta de siempre; los mismos pitidos de coches, los mismos volantazos, la misma grosería reflejada tanto en actos de viandantes como de conductores, directa, dirigida a mi persona.
Aparco el coche, no puedo dejarlo más cerca de donde cojo el bus porque es zona de pago (nunca me he atrevido de todas formas a dar una vuelta y comprobar si no hay ni un sitio gratuito, “prefiero andar”, me digo) y, temblando aún, abro la puerta con cuidado de no tocar el coche que está a mi izquierda. La señora que está en dicho coche desprecia mi cuidado por su automóvil y me lanza una mirada que hunde aún más mi nivel de autoestima. La idea de volver a mi casa, a mi cama, vuelve a mi cabeza.
Sigo, empiezo a andar, me siento desfallecer. Nunca sabré si es mi nerviosismo general, que puede que sea agorafóbico o que simplemente no encaje en la sociedad, pero mis fuerzas empiezan a fallarme. Me lio un cigarro pues así al menos me concentro en algo y no tengo que mirar a nadie, y me lo voy fumando, viendo cómo se consume al mismo ritmo que mi energía vital.
Llego pues, al autobús, un “Hola” amable al conductor sin respuesta, una cuarentena de ojos mirando a un indeciso y tambaleante chaval buscando el sitio en el que más pase desapercibido. Me siento, aplastado contra la ventana para evitar el contacto físico, me pongo los cascos, pleno volumen, el rock & roll electrónico moderno evade mi presencia del infierno (vaya con la calefacción, joder) y me eleva a las nubes, momentáneamente. 
Media hora después soy el último en bajar del autobús, espero al final para poder ir por detrás de la gente: no me gusta estar en el punto de mira de nadie. Tampoco sé si lo estoy. La sensación de que puede que así sea no me gusta. Busco corriendo la salida.
De pronto, la misma absurda decisión de siempre y la misma elección: ¿Dónde iría mas tranquilo, en el autobús o en el metro? Siempre voy andando, no soy tan normal como para asimilar con total naturalidad enlatarnos a presión como sardinas cuando ninguna persona tiene ningún respeto por la otra, pues a las sardinas se las suda el espacio que tenga, pero las personas están vivas, y no se contentan con lo necesario, quieren lo que tenga el del al lado, y en este caso es el espacio, mi espacio personal.
“Solo media hora, llegaré tarde a clase, pero al menos llegaré” Una parte de mi piensa que igual no, pero qué le voy a hacer, si le hiciera caso a esa parte de mi mente a todas horas, no saldría de mi cama. Me tienta la idea. Echo a andar. Mis fuerzas superan mi aguante. Llego, un último esfuerzo; escaleras, colilla al cenicero y a saludar forzando una sonrisa, cuando sé que la que me devuelve la gente es igual de forzada o más. Eso el que me la devuelve.
Entro a clase, tambaleándome, tengo ganas de vomitar, me tiembla el cuerpo, me mira todo el mundo. Apoyo la mochila en la mesa, saco mis cosas para acto seguido recogerlas y, cómo no, armando una escena, me voy por donde he venido.
Otro día fallido.

martes, 29 de mayo de 2018

+

How curious is,
To suffer all those things
You were afraid of! One 
Never expects itself
To feel in its own skin
What others do, but there
Am I; my thoughts I’ve lost
Into a bottomless
And dimmed pit.


Análisis:

Esto es el resultado de una noche, entre muchas, en la que no quería conciliar el sueño. El tema de lo que sea que haya escrito es el bloqueo mental del escritor, y la crisis y ansiedad propias que ello conlleva. Son versos escritos en 3 pies yámbicos, salvo el primero y el segundo, porque, sinceramente, el empezar un poema con “How curious is,” no se porqué , pero me recuerda a algunos poemas de Emily Dickinson, y, para hacer de esto algo cíclico, para reflejar que ese bloqueo es algo que se repite una y otra vez a cada intento de escritura, decidí acabar de nuevo con un verso compuesto solo por dos yambos.
Por supuesto que el poema no es perfectamente regular, he introducido algunas variaciones métricas para enfatizar así términos como “never” en el cuarto verso. De verdad que la vorágine de ideas y de planes que tenia hasta hace unos meses bloquearon ese temor, aunque presente, como dice el comienzo, de quedarse en blanco a la hora de escribir. Digo que de verdad jamás imaginé que me sucediera, pero heme aquí.

También son remarcables los dos espondeos en el final de los versos segundo y quinto: por ejemplo, “those things” alude a las cuestiones personales que son las que causan el bloqueo.

martes, 27 de febrero de 2018

No 3. Rex



Oh Rex, poor Rex, how did you end like this?
Was just the loneliness, the sadness or th’grief?
In your long way trying to look for bliss,
Finally there you stood in disbelief.

Don’t think of me of being a fiend outta hell:
You might believe that I have my own aim
In doing this to you, leaving you unwell,
But isn’t me who decides the rules of th’game.

Like oft that misty Unamuno said:
‘Each of us its own paper represents’,
And all of the laments and th’tears are shed
In vain; we can’t escape from these events.

Our luck downgraded all o’us to accept
That we like puppets move under its precepts.


domingo, 11 de febrero de 2018

No 2. Time


As the undressing trees amid autumn,
Complaining ‘bout their weakness at facing
Diana’s plan, their leaves lying bottom,
Somehow I see my destiny fading.

As the clear waters spilling from my fingers,
My life on’em reflected, bleary and dimmed,
Noticing how th’ephemeral time mingles,
Somehow I see my affluence is vanished.

As the nourished pages coming to th’end
In a great book in which you find yourself,
And this all cyclic, like a year in twelve,
Somehow I realise life’s but a spend.

So dear fellow, there it goes my question:
Isn’t all of this just a mere illusion?

Recomendaciones de libros

   A continuación, las listas anuales en las que recojo los libros que voy leyendo, por si alguien está indecis@ a la hora de empezar uno.

   Los que están marcados así son los libros que, en mi opinión, se salen (En serio, imprescindibles)
   Los que están marcados así son los que (para gustos los colores) no me han gustado nada de nada.


2016

  1. Matar a un ruiseñor – Harper Lee.
  2. Ve y pon un centinela – Harper Lee.
  3. La metamorfosis – Franz Kafka.
  4. Pasillo oculto – Arno Strobel.
  5. Bajo la hiedra – Elspeth Cooper.
  6. Infección – Robin Cook.
  7. El tío Petros y la conjetura de Golbach – Apostolos Doxiadis.
  8. Junto, nada más – Anna Gavalda.
  9. El leviatán – Paul Auster.
  10. Inferno – Dan Brown. 
  11. Ensayo sobre la ceguera – José Saramago.
  12. El país de las últimas cosas – Paul Auster.
  13. ¿Existe un creador que se preocupe por nosotros? – Testigos de Jehova. (Me lo encontré en una parada de bus y me pudo la curiosidad) (Me hizo gracia en verdad).
  14. Crónica de una muerte anunciada – Gabriel García Márquez.
  15. El proceso – Franz Kafka.
  16. El libro de las ilusiones – Paul Auster.
  17. Infierno (Divina Comedia) – Dante Alighieri.
  18. Brooklyn Follies -Paul Auster.
  19. La chica del tren – Paula Hawkins.
  20. El mundo de Sofía – Jostein Gaarden.
  21. En el blanco – Ken Follet.
  22. Manifiesto del Partido Comunista – Karl Marx, Friedrich Engels.
  23. El ocaso de los ídolos – Friedrich Nietzsche.
  24. La luz que no puedes ver – Anthony Doerr.
  25. Los pilares de la Tierra – Ken Follet.
  26. El código Da Vinci – Dan Brown.
  27. La trilogía de Nueva York – Paul Auster.
  28. Jesús me quiere – David Safier.
  29. El castillo – Franz Kafka.
  30. Divergente – Veronica Roth.
  31. Crimen y castigo – Fiodor Dostoievski.
  32. Un monstruo viene a verme – Patrick Ness.
  33. La caída de los gigantes – Ken Follet.
  34. Un hombre en la oscuridad – Paul Auster.
  35. La llamada de lo salvaje – Jack London.
  36. La dama del alba – Alejandro Casona.
  37. El guardián entre el centeno – J.D. Salinger.
  38. Kenny and the dragon (VO) -  Tony Diterlizzy.
  39. La casa de Bernarda Alba – Federico García Lorca.
  40. Las aventuras de Huckleberry Finn – Mark Twain.
  41. El príncipe de la niebla – Carlos Ruiz Zafón.
  42. Los años de peregrinación del chico sin color – Haruki Murakami.
  43. La insoportable levedad del ser – Milan Kundera.
  44. Cumbres borrascosas – Emily Brontë.
  45. Historia de una escalera – Antonio Buero Vallejo.
  46. No digas que fue un sueño – Terenci Moix.
  47. Tres sombreros de copa – Miguel Mihura.
  48. Carol – Patricia Highsmith.
  49. Los intereses creados – Jacinto Benavente.
  50. La nausea – Jean-Paul Sartre.
  51. Edipo rey – Sófocles.
  52. El tartufo – Molière.
  53. Mr. Vértigo – Paul Auster.
  54. Un médico rural – Franz Kafka
  55. .
  56. El viejo y el mar – Ernest Hemingway.

  57. El idiota – Fiodor Dostoievski.

2017

  1. Por el camino de Swann – Marcel Proust.
  2. Voces de Chernóbil – Svetlana Alexiévich.
  3. El coronel no tiene quien le escriba – Gabriel García Márquez.
  4. Fahrenheit 451 – Ray Bradbury.
  5. Cinco horas con Mario – Miguel Delibes.
  6. Rojo y negro – Stendhal.
  7. Dublineses – James Joyce.
  8. Pedro Páramo – Juan Rulfo.
  9. Historia de dos ciudades – Charles Dickens.
  10. El hotel azul – Stephen Crane.
  11. El arte de insultar – Arthur Schopenhauer.
  12. Las troyanas – Eurípides.
  13. Madame Bobary – Gustave Flaubert.
  14. El cuaderno dorado – Doris Lessing.
  15. El alquimista – Paulo Coelho.
  16. Vindicación de los derechos de la mujer – Mary Woolstonecraft.
  17. La conjura de los necios – John Kennedy Toole.
  18. La comuna de París – Marx, Engels y Lenin.
  19. El anticristo – Friedrich Nietzsche.
  20. Ébano – Ryszard Kapuscinski.
  21. El guardián invisible – Dolores Redondo.
  22. Humillados y ofendidos – Fiodor Dostoievski.
  23. Macbeth – William Shakespeare.
  24. El lobo estepario – Hermann Hesse.
  25. Don Juan Tenorio – José Zorrilla.
  26. Tokio Blues – Haruki Murakami.
  27. La buena vida según Hemingway – A.E. Hotcher.
  28. El jilguero – Donna Tartt.
  29. El extranjero – Albert Camus.
  30. Papá Goriot – Honore de Balzac.
  31. La constitución de 1978.
  32. Orgullo y prejuicio – Jane Austen.
  33. Don Juan – Molière.
  34. Pabellón de cáncer – Alexandr Solzhenilsyn.
  35. Amores de un vividor – Saikaku Ihara.
  36. La señora Dalloway – Virginia Woolf.
  37. Un mundo feliz – Aldous Huxley.
  38. El túnel – Ernesto Sábato.
  39. Lolita – Vladimir Nabokov.
  40. The fall of the house of Usher (VO) – Edgar Allan Poe.
  41. Murder on the Orient Express (VO) – Agatha Christie.
  42. Los hermanos Karamazov – Fiodor Dostoievski.
  43. La muerte de Iván Illich – Lev Tolstoi.
  44. Marianela – Benito Pérez Galdós.
  45. San Manuel Bueno, Mártir – Miguel de Unamuno.
  46. Al faro – Virginia Woolf.
  47. El mundo incierto de Vikram Lall - M.G. Vassanji.
  48. Demian – Herman Hesse.
  49. Todo se desmorona – Chinua Achebe.
  50. El principito – Antoine de Saint-Exupéry.
  51. The bluest eye (VO) – Toni Morrison.
  52. The picture of Dorian Grey (VO) – Oscar Wilde.
  53. El palacio de la luna – Paul Auster.
  54. Lord of the flies (VO) – William Golding.
  55. The Waste Land (VO) – T.S. Elliot.
  56. La montaña mágica – Thomas Mann.
  57. Las uvas de la ira – John Steinbeck.
  58. El marinero que perdió la gracia del mar – Yukio Mishima.
  59. Niebla – Miguel de Unamuno.
  60. La Eneida – Virgilio.
  61. La vida de Pi – Yann Martel.
  62. La conquista de la felicidad – Bertrand Russel.
  63. Hambre – Knut Hamsum.
  64. The Spanish Tragedy (VO) – Thomas Kyd.
  65. Viento del Este, viento del Oeste – Pearl S. Buck.
  66. Origen -Dan Brown. 


2018
  1. Jane Eyre – Charlotte Brontë.
  2. Of mice and men (VO) – John Steinbeck.
  3. The catcher in the rye (VO) – J.D. Salinger.
  4. Henry V (VO) – William Shakespeare.
  5. Animal Farm (VO) – George Orwell.
  6. King Lear (VO) – William Shakespeare.
  7. El doble - Fiodor Dostoievski.
  8. The Tempest (VO) - William Shakespeare.
  9. Memorias de Adriano - Marguerite Youcenar.
  10. Volpone; or, the Fox (VO) - Ben Jonson
  11. El gran Gatsby - F.S. Fitzgerald.
  12. La Ilíada - Homero.
  13. La noche del oráculo - Paul Auster.
  14. Alcestis - Eurípides.
  15. La hoguera de las vanidades - Tom Wolfe (INCREÍBLE).
  16. On Chesil Beach (VO) - Ian McEwan.
  17. Los mejores cuentos - Anton Chejov.
  18. Los Buddenbrook - Thomas Mann (De mis favoritos, es larguillo pero no puedes parar de leerlo)
2019
  1.  Hollywood - Charles Bukoski.
  2. Invisible - Paul Auster (la mayoría de sus libros son increíbles)
  3. Frankenstein (VO) - Mary Shelley: uno de los mejores libros que he leído en mi vida y que, en mi opinión, se ha desprestigiado rebajándola a una novela de "terror" cuando en verdad es más sobre la vida misma y lo podridos que estamos)

Paris. Capítulo V.

   Estaba decidido. Si bien la impulsividad no había sido a lo largo de la vida de Paris una característica notable suya, se hacía notoria ahora en él en el sentido de que estaba decidido a recoger sus cosas en menos de cuatro horas y largarse de la ciudad de la que jamás había salido para no volver hasta nuevo aviso. Esto sucedió dos días después de cumplirse el primer mes tras el famoso No que tan drásticamente había cambiado su vida. Era más o menos la hora de comer, así que comió, vaya, y luego se dio una ducha para sopesar bien lo que estaba a punto de hacer. Si, se dijo, me voy, no sé a donde, pero estoy seguro de que me voy. Son las tres y media de la tarde, aún falta tiempo para que papá y mamá regresen a casa, algo me dijeron ayer de una pequeña reforma en la ferretería que había que llevar a cabo cuanto antes. Bueno venga, pues me voy. A ver qué me llevo. Paris se decidió a buscar una maleta por casa, pero tras unos segundos se sintió estúpido al pensar en encontrar una cuando la única vez que alguno de los tres había salido de casa fue cuando la luna de miel en París de sus padres, hace ya casi veinticinco años. Aún así, bajó al trastero en su busca, pero estaba en lo cierto: ni rastro de ella. Bueno, nadie dijo que largarse fuera fácil, ¿no? Decidió hacer llenar con sus cosas una maleta imaginaria y ya luego arreglárselas para llevarlas. Paris tenía una colección de libros de la que estaba plenamente orgulloso, y cómo no, que iba a hacer si no en aquella ciudad tan pequeña en la que era noticia el que alguien hubiera, yo que sé, perdido las llaves de su casa. Pero claro, cómo llevarse todos aquellos libros. Ni hércules habría sido capaz de cogerlos todos de una. Estaba exagerando, claramente, es que se enorgullecía sinceramente cuando miraba las estanterías repleta. Se decidió a coger nada más que dos volúmenes, y se dijo que cuando acabara de leerlos los donaría y se haría con otros dos nuevos. Si iba a viajar deteniéndose lo estrictamente necesario no podía acumular cosas. Cada vez que la idea de abandonar la ciudad hacia terrenos inexplorados y vivir aventuras como las de los personajes de sus libros favoritos, un escalofrío de inquietud y nerviosismo pero, no se confunda el lector, agradable, sin embargo, le recorría la espalda. Cuatro camisetas y dos pantalones, unos vaqueros y un chándal, todos los calcetines y calzoncillos que consiguió hacer entrar en una bolsa de la compra que encontró en la cocina, la cartera con el dinero, sus cascos de escuchar música y su teléfono móvil donde conectar dichos cascos (porque que otra finalidad tiene este aparato que no sea la de proporcionar momentos mágicos tales como dirigir una orquesta imaginaria en tu habitación con el cuarto movimiento de la sinfonía nº9 de Dvorak a todo volumen) fueron todas las pertenencias que embaló en su maleta imaginaria. Oh vaya Paris, casi te hago marchar sin tus libros, vaya descuido el mío. Hmm, vamos a ver, algo tendré que elegir… Las uvas de la ira es un libro que llevo bastante tiempo queriendo releer (espero que me vaya mejor que a la familia protagonista, vaya) La Eneida tampoco es mal ejemplo, adoptaré el papel de Eneas buscando fundar mi Roma y también el papel de Dido, solo que sin sucumbir al desamor que la hace perecer. Con el tiempo me recuperaré. Ya está todo listo, me acercaré (por última vez, qué bien suena) donde el tendero para comprar una maleta, a ver a cuanto me la deja. Mantener la mente ocupada en preparar su huida hacia el mundo le hizo olvidarse casi por completo de Silvia. No le guardaba rencor alguno, la había querido muchísimo y seguía haciéndolo aun sin comprender su inesperada reacción, pero no podía vivir en el mismo lugar que ella. Asaltó su mente la idea de cómo comunicarles a sus padres que se iba para no volver. No se veía capaz de hacerlo y, tras muchas vueltas, decidió dejarles una nota que tuvo que reescribir varias veces debido a que sus lágrimas emborronaban repetidas veces el papel. Esto fue lo que leyeron sus padres horas más tarde, cuando Paris ya había comprado su maleta nueva, la fiel amiga que no se separaría de él en todo el transcurso de su viaje, y estaba sentado con los cascos puestos en el tren hacia su nueva vida, con el teléfono en una mano (sin la tarjeta sim, por supuesto) y con un húmedo pañuelo en la otra. Queridos mamá y papá, Vuestro hijo que tanto os quiere y que tanto os agradece todo lo que habéis hecho por él os pide disculpas por desaparecer así como así de vuestras vidas, sin mediar palabra alguna con vosotros. Sois conocedores de la desgracia que ha dominado mi vida estas últimas semanas, y soy consciente de que si no hiciera lo que me propongo hacer, algún día la realidad terminaría por superarme. He decidido, mamá y papá, hacer las maletas y emprender camino hacia una nueva vida, a conocer mundo, culturas y gentes diversas, hacia el cambio. Creedme, esto me duele tanto a mí como a vosotros, tal es el dolor que me he visto obligado a, entre lágrimas, escribiros esta carta ya que decíroslo en persona era algo de lo que no me creía capaz. Soy débil, mamá y papá, por ello también emprendo esta travesía. Quiero encontrar la mejor versión de mí mismo y una vez lo haya logrado, fortalecerla aún más hasta hacerla indestructible. Quiero hacer nuevas amistades y vivir mi vida fuera de las barreras que me imponen esta nuestra ciudad. No sé cuanto tiempo estaré fuera, quizá jamás vuelva. Tengo ahorrado cierto dinero con el que me disponía a comprar el anillo de pedida a Silvia, con ello espero sobrevivir cierto tiempo. Buscaré y, papá y mamá, os prometo que encontraré, buenos trabajos temporales que me permitan continuar con mi, hasta nuevo aviso, interminable viaje; os prometo que cuidaré de mí mismo: comeré bien, mamá, no te preocupes por eso, y sí, papá, seguiré bebiendo mis dos litros de agua diarios. Agradeceros una vez más de nuevo todo lo que habéis hecho por mí y, por favor, sed felices, padres míos, mantened ese amor que os tenéis el uno por el otro, del que tan orgulloso me siento, hasta que ya no corra vida por vuestras venas. Prometo escribiros de vez en cuando, estaremos en contacto. De nuevo quería que disculparais a vuestro hijo con la rapidez e impulsividad con la que ha abandonado la ciudad. Sé que no me guardaréis rencor, soy consciente del amor que hacia mí sentís y también sé que sabéis que esta era la mejor de las formas de resolver este asunto. Así las cosas son más fáciles para todos. Un beso, papá y mamá, cuidaros mucho entre vosotros y disfrutad de la vida, que de verdad os la merecéis, Vuestro hijo, Paris.

Paris. Capítulo IV.

   Fueron lo menos dos o tres semanas las que Paris estuvo aislado en su hogar, sin atreverse a salir porque absolutamente todo lo que componía aquella ciudad le recordaba a ella. Sus padres estaban haciendo todo lo posible para que su hijo consiguiera salir del profundo pozo en el que parecía haberse precipitado: su padre dejó la ferretería a cargo de un amigo de confianza para poder atenderle y su madre no se separaba de él ni aunque fueran dos metros. Paris era consciente de que las cosas no podían seguir así, y sabía que todo en esta vida se superaba salvo la muerte, pero de momento no divisaba ningún rayo de luz que le salvara de su desasosiego. Durante esos días de triste y melancólica existencia, las palabras de James (al que recordaba como “El difuso James”, porque estaba convencido de que si le viera por la calle no podría recordar su cara) se cruzaban por entre sus pensamientos. Si convirtiéramos en porcentajes lo que se le pasó a Paris durante esas semanas por la cabeza, veríamos que durante los primeros días prácticamente un cien por cien de ellos tenían como tema central a Silvia. No recordaba haber sufrido tanto nunca. Sin embargo, con el paso de los días y de forma casi imperceptible, el porcentaje de pensamientos del desamor se reducía porque otras ideas ocupaban su mente. Paris se sorprendía cuando en medio de llorar la pérdida de su amada, que hasta el nefasto día del No era la persona para él más importante del planeta, se acordaba de James, prácticamente un extraño para él con el que había hablado una vez, y encima en un estado que de momento no tenía ganas de volver a experimentar al conocer ya sus consecuencias. Vería más normal acordarse de otras cosas tristes que hubieran acaecido en su vida, como, yo que se, la muerte de su querida abuela materna años atrás que tanto le había afectado, pues bien sabía él que la tristeza llamaba a la tristeza, pero no, era James quien ocupaba sus pensamientos. Bueno, decir que era James en sí en quien pensaba sería interpretar de forma errónea los pensamientos de nuestro “muchacho”. A lo que de verdad daba vueltas era a su historia. Salir de la ciudad. No, qué narices, salir y no volver hasta que quisiera. ¿Acaso tenía algo que le hiciera permanecer allí? ¿Cómo iba a heredar la casa de sus padres y habitarla él solo? No, eso ni pensarlo. Al fin y al cabo, tenía ya una cierta edad, para nada era ya aquel niño que con el arte de un ladrón profesional desarrollaba increíbles estrategias de distracción hacia su madre para coger algunos céntimos del tarro de las palabrotas que, por cierto, a buen recaudo tenía ella guardado (no es broma, recordaba sus hazañas para acceder a ese tarro lleno de orgullo) con el fin de comprarse alguna que otra piruleta. No: había madurado. Era un adulto hecho y derecho e inteligente, las ganas de comerse el mundo no le cabían ya en el cuerpo y cada día que pasaba más convencido estaba de que había llegado la hora de ser libre de la aburrida ciudad en la que siempre había vivido. Sabía que sus padres no se opondrían, querían lo mejor para él, y que además ellos se mantendrían bien. Con la ferretería bastaba para servir tres comidas diarias a tres personas en la casa y poco más, pero si él marchaba, el nivel de vida de sus padres se alzaría. Además, tenía dinero ahorrado: ¡El anillo de Silvia! Para cuando tuvo el valor de registrar el escondrijo donde almacenaba esa fortuna, cuando ya no se pasaba desde que se levantaba hasta que se acostaba llorando su pérdida, advirtió que la suma ascendía hasta casi los mil doscientos euros. Se derrumbó al pensar en que había hecho lo imposible por reunir tanto dinero para hacer feliz a su amada y que todo hubiera sido en vano. En fin, ahí estaba Paris, con los altibajos propios del desamor, ora recuperándose, ora hundiéndose hasta niveles inimaginables. Cada vez tenía más claro que debía abandonar aquella ciudad. La sensación de aventura le embargaba y el miedo a lo desconocido se difuminaba poco a poco. Se dijo que era lo mejor que podía hacer para olvidarla. Estaba todo como predestinado. Hm, ¿destino? Las palabras de James volvieron a resonar en su interior: el único destino que iba a afectar a su vida a partir de ese momento sería el que él mismo se impusiera. Así, se dijo que abandonaría aquella ciudad y que, en el improbable caso de que regresara, sería después de mucho tiempo. Siempre se había sentido como atrapado allí y, al fin y al cabo L’uccello nella gabbia non canta di piacere, ma di rabbia.

Paris. Capítulo III.

   El lector, y todo aquel que haya buscado ahogar sus penas en alcohol durante depresivas noches de soledad, sabe y entiende las condiciones en las que Paris amaneció al día siguiente. Según abrió los ojos, con esfuerzo, por cierto, y los adaptaba a la luz que por la ventana de su cuarto entraba, las náuseas de las que ayer había creído librarse se apoderaron de nuevo de él, haciéndole maldecir cada gota de alcohol que había descendido por su garganta. Como todos hemos hecho alguna vez, se prometió a si mismo por todo lo que amaba que no volvería a suceder lo mismo. El solo recuerdo del olor del brebaje que ayer bebía le mareaba hasta tal punto que, ¡Oh, por favor, dónde narices está la papelera! No hubo tiempo suficiente. Buena forma de despertarse. Salió a hurtadillas de su cuarto con la intención de buscar la fregona para evitar el disgusto de sus padres cuando entraran para darle los buenos días y vieran el pastel que les había dejado en el suelo pero, a dos pasos de su cama, desvió sus pies hacia al baño hasta llegar al retrete. Vaya mierda, sinceramente. Tras unos quince largos minutos las náuseas comenzaron a difuminarse, pero con el dolor de cabeza no pasaba lo mismo. Decidió que una larga ducha de agua caliente lo recompondría y se desvistió camino hacia ella. Bueno, para darle un respiro a nuestro protagonista, pongamos que el dolor de cabeza empezó a difuminarse tras media hora de chorros calientes cayendo sobre su cara. Curioso cómo ni siquiera un escritor puede evitar el efecto de las temidas resacas en sus queridos personajes. Lo siento Paris, continuemos. Salió de la ducha, salió del baño y ahí estaban sus padres. Paris advirtió más matices de asombro que de enojo en ellos, y rápidamente hizo trabajar su mente en una excusa que le librase de tener que pasar por la vergüenza que el desamor le suponía. Pero Paris, son tus padres, si no puedes desahogarte con ellos con quién vas a hacerlo. Recapacitó, y antes de hacer el ridículo diciéndoles que algo le había sentado mal durante la cena, confesó. Silvia no solo había rechazado su proposición de matrimonio, sino que había cortado de raíz la relación sin ningún tipo de explicación. Se sentía hundido y necesitaba desconectar, no había más vuelta de tuerca. Tras soltar su perorata se lanzó en brazos de su madre y, tras unos escasos segundos, a los de su padre también, quedándose inmóviles los tres. Pobre Paris, ¿verdad? ¿Cómo alguien tan inocente y que profesa tanto amor por su amada puede llevarse tal batacazo sentimental y encima por parte de ella? ¿Cómo explicáis que sucedan estas cosas? ¿Acaso queda alguien en quien podamos confiar y con quien descansar durante toda la vida? Paris ya no lo tenía tan claro.

Paris. Capítulo II.

   No. Jamás una palabra le había dolido tanto. Resonaba en su cabeza sin cesar, en distintas tonalidades y con una pronunciación diferente cada vez, pero la palabra siempre salía de los mismos labios y seguía siendo la misma. La respuesta a la proposición de matrimonio había sido negativa, y notó como si su corazón fuera atravesado por un cuchillo y se rompiera en mil pedazos y como si todo su futuro sucumbiera debido al eje que principalmente lo sostenía: ella. Estaba aturdido, para nada se esperaba aquello. Iba a ser el día más feliz de su vida y se había convertido en el peor en un abrir y cerrar de ojos. La había perdido. ¿El por qué? Ni el mismo lo sabe. Según le pidió la mano ella se derrumbó, comenzó a llorar y a pedir perdón. El ánimo de París cayó en picado. No dijo nada, besó la mano a la luz que había iluminado su vida desde hacía tantos años y que ahora titilaba perdiendo cada vez más y más intensidad, se volvió sobre sus talones y se dirigió a casa. Al llegar estaba solo, había escrita una nota en la puerta de la cocina que decía lo siguiente: Cariño, papá y yo nos vamos a ir a cenar, volveremos tarde. Pd.: espero que todo haya ido bien. Se derrumbó. Tiró las cosas que llevaba encima por el suelo: el abrigo, el teléfono, el tabaco, todo. Se desvistió y se metió entre las sábanas buscando calor y protección. Se cubrió la cara y empezó a llorar sin consuelo. Sin Silvia su vida no tenía sentido, el destino o lo que fuera que controlara su vida le había jugado una mala pasada y sentía como si su alma y su corazón hubieran pasado de viajar por una hermosa vía verde de ferrocarril luminosa y cálida para meterse de lleno en un lúgubre túnel cuyo final era inobservable. Las horas pasaban pero el dolor permanecía. Seguía en estado de shock, sin comprender cómo todo había podido venirse abajo de forma tan fugaz. Había basado su vida en torno a ella, y ahora mismo se sentía tremendamente descarriado, sin saber qué hacer. Debían ser las tres de la mañana ya, sus padres hacia rato que habían llegado pero no les había visto, se habían ido deprisa al dormitorio. Increíble como el paso de los años no había sido capaz de mermar el amor que se profesaban mutuamente. Paris salió de la cama, se limpió el húmedo rostro con la mano y se puso las primeras prendas que vio esparcidas por el cuarto. Había decidido bajar al bar y, con suerte, encontrar la combinación de alcohol/refresco idónea con la que olvidar el día tan funesto que había marcado un antes y un después en su vida. Debido a que era bien entrada la madrugada y, principalmente, a que era martes, solo había dos puestos en la barra ocupados. Contando al camarero, a los otros clientes y a Paris eran solo cuatro personas en el bar. Con suerte una de ellas, el padre de Jaime (un compañero suyo de la escuela que acudía mucho por ahí) estaba ya lo suficientemente bebido como para percatarse siquiera de su propia persona. El camarero era uno de los hermanos de un de un profesor que tuvo en secundaria, del cual no tenía muy buenos recuerdos, pero parecía que no le ponía cara, pues apenas le dirigió la palabra cuando entró. Esto era lo malo de una ciudad pequeña, el conocerse todos entre sí e ir a beber y a desahogarse a un mismo establecimiento. Sin embargo, a la otra persona sentada en la barra no la conocía. Era extraño pero plausible, al fin y al cabo. Paris pagó por adelantado dos de las bebidas más fuertes que encontró el camarero tras la barra y, con cada trago, su cuerpo se sacudía de espasmos provocados por el alcohol casi puro que estaba ingiriendo. Quería perder el sentido, olvidar aquel funesto día que se suponía iba a ser uno de los más felices de su vida, desvanecerse. Serían aproximadamente las tres de la mañana, o quizá las seis, quien sabe, la obnubilada vista de Paris era incapaz de distinguir las manecillas de su reloj. Las dos copas se habían terminado y, debido a que no estaba acostumbrado a beber (una copita de champán en nochebuena y poco más), su estado de embriaguez era notable. Guio su mano entre los bolsillos con el fin de alcanzar la cartera, pero antes de siquiera encontrarla, divisó en frente suyo una copa llena de ese brebaje que le hacía olvidar incitándole a que la vaciara. De dónde había salido, no lo sabía, tampoco le importaba. Bebió del vaso de cristal como si el mismísimo Baco se lo hubiera ordenado. -Tranquilo muchacho, vas a acabar bastante mal como sigas bebiendo a ese ritmo. Risas. No era una risa con ánimo de ofender, al contrario, según Paris levantaba la vista en busca del origen de la misma se dio cuenta de que eran amistosas. -Me llamo James, encantado, dijo alargando su mano que, igual por el efecto del alcohol, le pareció grande sobremanera. La copa estaba ya a la mitad, lo que hacían dos y media y sin saber siquiera la graduación de lo que estaba bebiendo, su mente se intentaba mantener a flote como un navío con fallos técnicos en medio de una tempestad, y en esas logró articular un sonido de forma que pareciera un saludo. Más risas, carcajadas limpias esta vez y venga, que te invito a otra ronda. -Parece que no acostumbras a beber mucho, muchacho. Y dale con “muchacho”, ¿qué clase de confidencias son estas? Espera un segundo, recapacita Paris, a ver si resulta que os conocéis de algo y no te habías dado cuenta. Quizá sería buena idea mirarle a la cara y descubrir el misterio. -No, la verdad es que no estoy habituado a hacerlo. Discúlpame, pero no consigo recordar quien eres. ¿Nos conocemos acaso? No, estaba convencido de que en toda la ciudad no existían manos tan grandes como las de aquel individuo. -Que va, muchacho (joder), soy un simple forastero que está de visita, de turismo podría decirse. El caso es que me gusta hablar con los habitantes de las ciudades que visito para así conocer de primera mano los lugares a los que voy, y como te he visto tan solo aquí en la barra, he pensado que igual precisabas de mi compañía. Paris era más bien dado a ser una persona reservada con los que le rodeaban, con lo que, de encontrarse en circunstancias normales, se habría levantado y bien se habría marchado a casa, bien a la mesa más distante que encontrara. Pero el alcohol, como hemos dicho, no se clasificaba dentro de aquellas circunstancias normales, con lo que se quedó a conversar con el extraño. Con James, vaya nombre más extraño. -¿De dónde dices que eres, amigo? Con ese nombre debes de ser de algún país lejano, vaya envidia. Yo jamás he salido de esta ciudad, algo me retenía en ella e iba a hacerlo hasta el fin de mis días, pero todo se ha desmoronado. -Tengo orígenes irlandeses, pero desde que tengo memoria vivo en una pequeña ciudad de Gales, a pocos kilómetros de Cardiff. Primera náusea. ¿Seguro que eran solo dos copas y media las que había bebido? -Vaya, suena interesante. Lo único que conozco de geografía es por los libros que he leído, pero me encantaría comprobar por mi mismo la existencia y la belleza de todas aquellas ciudades de las que tengo constancia. Pero no puede ser, estoy destinado a vivir mi vida aquí, confieso que me da miedo salir al mundo exterior y ver extraños por la calle, ya que aquí todos nos conocemos. -Pues no deberías, chico (mira tú por donde que prefería muchacho), viajar te cambia, el hecho de haber nacido en un determinado lugar no te obliga a quedarse por y para siempre en él y, ese destino del que no paras de hablar, permíteme decirte, depende solo de ti, de lo que te propongas hacer. Si, como dices, la causa que te retenía aquí y te hacía olvidar la monotonía de esta ciudad se ha desvanecido como tu tercera copa (¿pero seguro que era solo la tercera?), ¡Camarero, otra ronda!, puedes ser libre y encontrarte a ti mismo. Segunda náusea, bastante fuerte, por cierto. -Supongo, ¿a ti te ha ayudado viajar? ¿Cuánto tiempo llevas fuera de casa? -De momento mi casa es el mundo en general. Esto que te digo de encontrarse a uno mismo no es tarea fácil, si bien no es imposible, pero el caso es que yo todavía tengo la necesidad de seguir moviéndome. Aquel que dijo que lo único constante es el cambio tenía toda la razón del mundo. Cuando llegue el momento me asentaré y las vivencias que haya recolectado perdurarán en mi mente haciéndome feliz y dichoso. Ah, vaya cabeza la mía, son tres los años que llevo viviendo una vida nómada, y chico, no me canso todavía de ella. Tercera náusea, con tentativas de hacer el ridículo sobre la barra del bar. Deja la copa sobre la mesa y busca alguna excusa para irte a la cama, que el objetivo que venías buscando hace ya tiempo que lo encontraste. -James, he disfrutado mucho hablando contigo y te agradezco las bebidas, pero mucho me temo que como no marche ahora mismo a la cama vayas a tener que llevarme tú en brazos en cuestión de minutos. Carcajadas, un gesto de aquiescencia y un apretón de manos hicieron las veces de despedida y ya no recordaba más.

Rex. Capítulo XII.

   A la mañana siguiente no recordaba nada. Se levantó del suelo y vio que estaba cubierto de vómito, al igual que gran parte del sofá y de la mesa. La visión del salón la dominaba el desastre: copas vacías en la mesa y algunas rotas por el suelo, la heroína enfundada flotando en un charco de vómito, a wreak havoc (might be said). Según se incorporaba fue asaltado por un fuerte dolor de cabeza y unas náuseas que le hicieron temblar. Se dirigió a la ducha para ver al menos si podía desprenderse del fétido olor. Ahí recapacitó sobre su experiencia, y dedujo que nada bueno le había traído. “Como el alcohol, supongo, siempre pienso que me ayuda y al día siguiente me encuentro aún peor”. Sabía que tenía que ir al trabajo, y también que su falta en el local no supondría ningún problema ya que él no se encargaba prácticamente de nada que no fuera quedarse sentado y calladito. Se dirigió a la cama con la idea de dejar que el dolor se difuminara. Le llevó horas. Largas horas revolviéndose en la cama, si paraba sentía que se moría, y el dolor de cabeza taladrándole cual broca usada en la pared para colgar un cuadro de media tonelada. Cuando todo hubo acabado o se sintió con fuerzas al menos para salir de la cama, se incorporó, se vistió y atravesó el pasillo en dirección al salón para organizar un poco el desastre. No existía mejor término para describir la situación. Para cuando acabó de pasársele la ‘resaca’ y todo hubo quedado más o menos presentable (“pero qué más dará el estado en el que quede la casa, si no va a venir nadie a visitarme”) sacó la pitillera, y sentado en una silla continuó la lectura de El proceso. Rex sabía que un aura de tristeza envolvía su vida. Pasaba las páginas obnubilado, sin saber lo que hacía, ya que no podía apartar de sí mismo la soledad que sentía. Era como si se dejara caer a través de una espiral sin fondo, sin saber dónde se encontraba. Estaba demasiado solo, y no sabía ya qué hacer con su vida. Jorge fue un haz de luz luminoso y al mismo tiempo efímero que le había dado esperanzas de tener un amigo y que al mismo tiempo se las había arrebatado no volviendo a aparecer. La soledad era su única aliada, la que lo arropaba por las noches y con quien conversaba por las mañanas. Había perdido ya la cuenta del tiempo que llevaba en este estado de depresión. En un primer momento pensó que era una crisis momentánea, que llegaría el día en el que, con una sonrisa, podría decir que lo había superado. Pero el tiempo pasó y pasó, y continuaron las mañanas en las que combatía con el agudo dolor de cabeza para recoger el estropicio que había montado la noche anterior, copa tras copa. Y continuaron también las mismas preguntas sobre sí mismo y la vida en general, sobre si de verdad valía la pena seguir viviendo en ese estado o si era más adecuado quitarse de en medio y hacerse un favor personal. Y continuó solo, sin nadie con quien hablar, a quien contarle sus problemas, alguien con quien poder desahogarse. Todo continuaba y no veía ningún final. A los quince minutos de lectura, al finalizar el capítulo, reflexionó sobre lo que había leído y se dio cuenta de que no recordaba nada. Estaba en cuerpo pero no en alma, el día no comenzaba bien, y Rex sabía que todo ello terminaría por agravarse en cuanto cayera la noche. Encendió el televisor para ver si así podía entretenerse un rato, pero tampoco sirvió de mucha ayuda. Sentía el peso del mundo sostenerse sobre sus hombros, la tristeza crecía en su interior y no podía apartar de su mente hacia dónde dirigir su vida. Se reclinó sobre el sofá y comenzó a liar cigarrillos. No podía leer porque no se concentraba, no emitían nada en la tele lo suficientemente interesante como para hacerle olvidarse de sí mismo durante un rato, no sabía qué hacer. Eran las cinco de la tarde. Se había pasado todo el día en la cama curando la resaca que él solo se había buscado y no había ni desayunado, ni comido y por supuesto no se sentía con ánimos como para merendar. Recordaba pocos días en los que se sintiera tan solo, y por supuesto que no recordaba el haberse emborrachado dos días seguidos, pero ello no hizo que evitara abrir otra copa y retomar su posición del día anterior en el salón. Hizo reproducir con su móvil una lista que recogía los Nocturnes de Chopin, y dejó actuar al alcohol. Al no tener nada en el estómago, ya la primera copa empezó a marearle, y de sus grises y apagados ojos caían lágrimas, y al verlas caer en el suelo delante suya se entristecía más y más hasta formar prácticamente un charco en torno a sus pies. Tras la primera copa vino la segunda, y la tercera, y perdió la cuenta. Un pájaro eleva sus alas y emprende su vuelo hacia el cielo azul. Si se le mira desde abajo se piensa, ¿acaso tiene ese pájaro alguien con quien surcar los cielos o jamás encuentra compañero y está destinado a la soledad? A él le da igual. Es libre, y disfruta haciendo piruetas y buscando lombrices en el suelo. Tiene una meta en la vida, sobrevivir día tras día. Puede volar tan alto como quiera y dejar en tierra los problemas de los humanos, está por encima de ellos. Se deja atrapar en una cálida corriente de verano y luego se precipita en las costas de bellas playas. “Qué envidia me dan, solos la mayor parte del tiempo pero sin darse cuenta de ello”. El mareo era notorio en Rex, no sabía decir qué cantidad exacta había ingerido pero sí sabía que no era poca. Se incorporó para recoger su teléfono del suelo y cerciorarse de que no tenía ningún mensaje. Obviamente no había ninguno. Lloraba y lloraba limpiándose las lágrimas con las mangas de su albornoz, pensando en cómo había podido aguantar tanto tiempo en ese estado y que ya no podía más. “Llevo años sintiendo que no valgo para nada en esta vida, sinceramente no sé qué hacer con ella y eso me está matando lentamente, necesito que las ondas que remueven el charco se detengan de una vez, bien por ellas mismas, bien por propia iniciativa” “El otro día, cuando me las vi frente a frente con la pistola, una parte de mí pensó que ojalá el gatillo fuera apretado. Sé que es para avergonzarse, pero así lo digo”. En un arrebato de ira y alcoholizado como un viejo de pueblo con el vino del bar tirado en la calle y cantando sin apenas vocalizar, Rex se levantó y fue hacia la cocina, tiró la copa que sujetaba con sus manos contra la pared y le pegó tal patada a la mesa que la hizo volcar y le dotó de un tono morado toda la superficie del empeine del pie. La heroína le esperaba en la cocina, y estaba dispuesto a inyectarse una dosis mayor, letal con suerte, de la misma. Repitiendo el mismo proceso de la noche anterior y evitando que el humo de su cigarrillo se le metiera en los ojos, Rex hendió la aguja en la vena sin ningún atisbo de miedo y profirió un alarido de dolor según presionaba el líquido con destino a su brazo. Se incorporó tambaleante, y sabiendo lo que había de suceder en los próximos segundos, decidió dejar salir su ira. Rompió todo lo que se encontró: la televisión, los muebles, la vajilla, todo. Abrió los grifos y se mojó la cara, notando el intenso frío recorrer su piel. Arrancó la nevera de su sitio y con gran estruendo la hizo caer sobre sus pies. Gritó como nunca lo había hecho, se sentía eufórico con el dolor, al fin algo real con lo que sentir que vivía. Vivía, damas y caballeros, acababa de renacer. Lo único que quería era sentir la vida, con lo que apurando su copa y lanzándola por ahí después, abrió uno de los cajones a los que no había llegado y sacó el cuchillo más afilado que encontró. Hendió su punta sobre el brazo izquierdo y vio sangra brotar de él, se sentía liberado, como si el dolor le trajera de vuelta a la vida. Como aquellos pájaros a los que no les importa volar solos. Cayó sobre sus rodillas perdiendo la noción del tiempo al mismo tiempo que la vista y, sabiendo lo que se avecinaba, por fin sus labios dibujaron una sonrisa y su cuerpo se desplomó sobre el charco de sangre que se había formado. Hasta aquí la historia de Rex, un personaje desbordado por la vida que no pudo encontrar lo que debía, que no consiguió a nadie con quien buscarlo, y que murió en la ambulancia de camino al hospital.